24.2.06

Al botar el agua rancia del florero sobre la tierra de mi patio, para decidirme luego si cambiaré las flores o no, se desprende del hilo líquido el hedor que me lleva al agua de las rosas de mi urna, de mi nicho, esas lisonjas que no se alcanzan a marchitar por el constante cambio de los agradecidos por mi existencia o de los arrepentidos por mi ida.