1.4.06

Tengo la intención de escribir otra novela, pero esta vez la quiero terminar, ya comencé a escribir y he partido ordenadamente, por el principio. Pero tengo tantos temas por indagar que no sé con cual quedarme, entonces no cacho como focalizar esta historia recién nacida, si me pudieran ayudar se los agradecería tremendamente.
Y dice así:

Mi cabeza en su ombligo se acomodaba mientras sus dedos tejían una trenza con mi cabello oscuro, de a poco sentía la espalda más húmeda por el pasto recién pacientemente regado por el hombre que ahora se encontraba enrollando la manguera para terminar su labor del día e irse a su casa con su paso lento y su espalda notablemente jorobada por tantos años de servicio al ornato de la ciudad.
Íbamos a la plaza a descansar, íbamos casi todos los jueves, cuando coincidían nuestros horarios, nos gustaba podar el pasto con nuestras manos y succionar el tallo delgado de cada hierba para degustar de la merienda que nos ofrecía el suelo de nuestra querida plaza. Nos gustaba disfrutar del silencio generado por la mezcla de motores de autos lejanos, de las hojas verdes, amarillentas y rojizas cuando se desprenden de su madre rama por el viento que hace bailar a las copas de los árboles del lugar.
Nos gustaba también mirar el cielo gris de Santiago, en los que ya no se distingue una nube de lluvia o el humo de algún incendio, pero que arriba de esa capa densa sabíamos que el cielo, que jugábamos a encontrar, era celeste como los ojos de Martín.

Cuando la humedad de aquella silvestre cama convertía nuestra piel en un erizado estropajo avisando a susurros que se hará presente el frío, nos despedíamos con un beso triste y amargo por la incertidumbre de volvernos a encontrar. Amargo y a la vez dulce, triste pero vivo.

Al caminar sola por la calle hacia mi confuso hogar miraba el pavimento, las malformaciones de su cimentación, las marcas del perro que pasó alguna vez cuando aún estaba fresca la sustancia y de pronto una voz interior me avisó que el cemento tiene una similitud conmigo, pero esta vez no logré resolver si ha pasado más gente por encima de aquella calle o por encima de mí.

Y volví a Martín, apoyé la cabeza en el vidrio mirando perdidamente a las masas de gente, de autos, que pasaban como una película frente a mis ojos. Al entretenerme leyendo los mensajes de los respaldos de la micro, después de reírme por algunos escritos realmente graciosos y por algunos no tanto y otros ofensivos, llegué a una columna larga. La leí con un poco de dificultad ya que por el movimiento de la micro bailaban las letras y mi vista fallaba como siempre, y a esto se sumaba a la mala letra de quien la escribió…